jueves, 2 de febrero de 2012

Antes eran nuestras miradas las que se buscaban, ahora nuestros labios.

Día a día quedábamos en la biblioteca, aunque no tuviésemos nada de lo que hablar ni nada que estudiar.Eran nuestras miradas las que estudiaban, recorrían cada rincón de nuestras sonrisas, cada tonalidad de nuestros ojos. Se apreciaban los silencios como el mejor de los sonidos, siendo incluso más importantes que éstos. Lo creíamos los dos, los dos lo sentíamos y lo vivíamos.
-Vamos para fuera.-Me dijo un día. Yo acobardado por la impresión que me causaba le hice caso sin rechistar, además quería.
-Sé que tú también lo sientes, sé que nos dimos cuenta nada más vernos, lo sé.
No hizo falta que dijese nada más, antes eran nuestras miradas las que se buscaban, ahora nuestros labios, fríos por el frío que hacía, calientes por el calor que sentíamos.
La ciudad se nos hacía pequeña, las calles desaparecían a dos pasos, ahí empecé a entender la teoría de la relatividad. Todo se volvía más pequeño y el tiempo se volvía más rápido, tanto que me aferraba a él como un clavo ardiendo. Ahora también se buscaban las manos.
Llegamos a su piso, subimos y, ¡ahora el tiempo se paraba! ¡qué caótico que era todo! La llave no entraba en la puerta y la ropa empezaba a arder cada vez más. Se abrió.
-Perdona por el desastre- Fueron las últimas palabras que se escucharon esa noche...

El día siguiente fui al bar Apache.

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