Tirado en la barra del bar Apache, en la quinta calle hacia
el norte contando desde la iglesia, bebía penas con hielo, de esas que
ennegrecen del más oscuro carbón el corazón.
Tiempo atrás , yo , había conseguido vivir, no bien, no mal,
vivir. Ahora sentado en un taburete ,del cual tambaleaban dos patas, me mecía
en un vaivén en el que lo único que llenaba mi pasado eran esas penas
embriagadoras, fríamente embriagadoras. Pasó el tiempo , una o dos horas y yo
allí seguía , al vaivén de las penas , ahogandome en los recuerdos de mi vida.
No sé cómo ni cuándo acabé en mi cuarto, la cuestión no era
esa, era que iba a ser otro día más en este purgatorio eterno que llaman
pensamiento. No sé porqué me volvió a llamar ni porqué , inconscientemente cogí
el teléfono.
-
Carlos, ¿Cómo estás?- Dijo , con un tono apagado y
aparentemente eñorando mis palabras perdidas en el tiempo, como si hubiese
estado llorando durante toda la noche.
-
¿Cómo quieres que esté?-Le devolví la pregunta- Después
de todo esto...- Dije
Casi sin fuerzas , un nudo en mi garganta me asfixiaba , un
nudo indescriptible , que llegaba hasta mi corazón lo arrancaba , torcía
dirección mi alma y la encadenaba al solar de penas que un día ella dejó. La
fuerza de mis palabras se pasaban al tembleque de mis manos , y aquí se perdía
en el espacio.
Todavía al teléfono
ella dijo.
-Mal…- No pude escuchar más, ésa sílaba me volvió a matar ,
colgué y volví a la cama , donde no debí salir.
Pasaron tantas horas que no soy capaz ni de decir cuanto
tiempo pasó, quizás incluso días, sólo me levantaba para beber, comer algo,
mear y cagar lo poco que había comido. Mi aspecto tras éste affair con la
depresión más oscura no tenía ni una pizca de lo que en su día fue. Decidí, en
un alarde de autoestima, afeitarme y ducharme, como primer paso hacia la
reconciliación con el mundo. Me duché , y en la ducha las penas que antes
intentaba ahogar con alcohol ahora se ahogaban con agua ardiendo, algo que agradecí , cuando salí todavía
mojado de las penas , emprendí el camino hacia el armario donde guardaba la
maquinilla, la hoja, ya oxidada del desuso , era inservible , menos mal , que
solo me quedaba un recambio. Mi barba antes con las migas de las comidas
anteriores ahora relucía negra como el carbón más antiguo de la tierra, comencé
a afeitarme las mejillas y el cuello, al final de esta operación tan exitosa
como la que realiza un cirujano al intervenir al paciente, mi cara quedó
despejada y dibujada por un simple bigote , que me recordaba a mi difunto
padre, ahora, sólo quedaba un cambio , un cambio gigante.
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